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a P) campo de la existencia, yo contemplo, atrás, el seno de la nada. El abismo, que no quiere reci- birme, devoró todo lo dulce y armonioso de mi camino. Siento el instinto de la muerte, tan su- premo, como tú el de la vida.»

»Nerón, advirtiendo en su cuerpo un repro- che, concibió la idea de la inmortalidad.

»—«No importa» —gritó,—«me río de lo que cuentas». Y alzando el acento aún más : «¡ Ver siempre el sol! ¡ El sol! ¡ El sol !»

»Sus manchas se encendían en la vehemencia del acento, enloquecido por el anhelo de la luz : parecía que en su rostro el astro le estallaba en las venas.

»Yo volví a hablar : «Calla. Felices de los que dejaron la tierra en el seno de Abraham. Tu co- razón me creyó enemigo, y tú, que haces tem- blar a Roma te estremeciste, y tú, que haces llorar al mundo, te emocionaste. Dime, ¿no crees que cuando se pierden hijos, nietos, espo- sas, amigos, el espíritu se refugia en el amor de su pueblo? ¡ Ah! piensa en la amargura de asis- tir a su derrota... Ya vendrá el triunfo de los que claman : Era el Rey de los Judios. Y El profetizó la ruina de Jerusalén. Roma será la nueva Babilonia, y después los impostores ven-