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»La voz contenida del pueblo se concentró estallante en un sólo grito: «Sacad las bestias, están saciadas.»

»Los retiarios se las llevaron. Por las fauces de los corredores aparecieron un león, un tigre y una pantera. Yo, impasible, delineábame gran- dioso, en mi serenidad pensativa. Adivinaba que no iba a morir; y empezaba a interesarme en el espectáculo. Avancé ; el león se alejó pau- sadamente. A través de las cuerdas de las san- dalias, me humedecieron los pies los alientos de la pantera. Mas, de pronto, dando un salto con el tigre, se refugiaron en el montículo. Sentí infinita amargura, mientras el murmurio de la plebe se congelaba en un silencio aterrado de asombro.

» Un heraldo gritó desde la tribuna : «El empe- rador le llama, hacedle subir». Mesalina pasaba sus dedos por sobre los ojos de Nerón. Su rostro encendíase más carmesí que la púrpura de la clámide. Del mirar siniestro, que había refleja- do tantos crímenes, la esposa quería borrar una visión fatídica.

Me acerqué cauteloso. Dos fuertes cuerdas me ligaron los brazos. El César exclamó : «He visto en sueños a las estatuas de lag naciones