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dos, ojos disueltos, senos abiertos, las fieras, repentinamente mudas, devoraban, en un silencio, que la bestia humana rompía con sus aplausos.

» Y hubo un movimiento. Nerón, clavó en mí los ojos, prorrumpiendo en violenta carcajada. Creí que me incitaba a caminar. Marché, en efecto, evitando los despojos, pero pisando el húmedo tapiz. Mi paso se hizo firme. El estupor de un prodigio se abatía sobre la canalla supersticiosa. Los felinos, ahora, sacudían las entrañas, cual si en lo muerto, encontrasen. dientes, disputándoles la presa.

«Erguido sobre mi báculo, adelanté, y retrocedieron. Fulgía como la mujer de sal, ante las llamas de Sodoma. La multitud sentía, en mi, el resplandor de lo divino, sin comprender la maldición de mi fuerza. No meditaba, murmurándose : es la estatua de la tristeza, ausente del arte griego, y no creada por Roma, extranjera a la vida de nuestra ciudad, más alegre que un verde pámpano. Pero desaparecieron mis líneas graves : ante la inquietud de Nerón sonreí aproximándome a su palco. Mesalina, le preguntó: «¿Por qué tiemblas?» El repuso: «Ese hombre me evoca sueños nefastos.»