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" »Las panteras se estiraban con el sigilo de un traidor astuto ; sus metálicos ojos se volviah lla- mas ; de sus dientes quizá manaban ácidas pon- zoñas. Los leones, en tanto, marchaban tam- bién cual si fuesen a deponer, espléndidos, su majestad de bronce al pie de las vírgenes blan- cas.

»Los mártires pensaban : «Habéis querido arrebatarnos la fe. Lia muerte no nos importa. Es cual decir a los ríos que no vayan al mar : el agua corre hacia el agua y lejos de la tierra se convierte en infinita. He ahí el símbolo de nuestra esperanza». Y por sobre el circo, más allá del apiñamiento de las multitudes, veían a los ángeles de alas abiertas y palmas incorrup- tibles. Yo, a mi vez, me murmuraba : «Lástima que pujanza tanta, sea cosecha de un falso la- brador».

»No tuve tiempo de continuar. Los retiarios, desde las grutas del montículo, aplicaban hierro a las fieras. El bramar salvaje de los felinos se confundió al delirante de la plebe. Los jóvenes cantaban, y el ritmo de sus hosannas, hallaba en sus propios alientos las alas del espíritu. No quedó nadie con vida. Cada ropa de lino era una mortaja de sangre. Y entre miembros mutila-