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sabía yo que en esa sangre saludaban la. del Nazareno, en eucaristía militante, alimento ideal de su vigor. Repentino proyecto cruzó mi mente, y a sacerdotes que guiaban la litera roja de una vestal, les grité : «Prendedme, soy cristiano».

»Conducido a la cárcel Mamertina, pasé allí la noche. Cuatro jóvenes oraban y se abrazaban, con emoción y ternura. Hice todo lo que un catecúmeno puede hacer al esperar la muerte. Mi corazón no les acompañaba ; pero sí mis actos.

»A la hora del amanecer nos llevaron a las arenas. Jubiloso saludé el alba, pues creía seguro conquistar la sombra. El circo nos recibió con un tenue fulgor amarillento, sobre que resaltaban las armonías blancas de los mármoles. Las arcadas inferiores encauzaban los torrentes humanos, en un lago presto a la tempestad. El sol bañaba el pétreo monte, y reía a un tiempo, en las rectas dóricas, en las curvas jónicas, en las flores corintias. Luego, en la última muralla de abiertas ventanas, entre los mástiles dibujados en lo azul, tejía con chispas un tul de oro. Y desde arriba al pie, abrasaba a las estatuas, dándoles nimbos a las cabezas y firmas a