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— 255 — petu, arrebata del monte el grano que no puede arraigarse.

En la Vía Dolorosa se asiste a la ruptura del Pacto. Y al grito del presente Israel responde, inmortal, la voz de los Improperios : «¿Porque te saqué del desierto y te llevé a Canaán, me diste muerte de cruz?...» Niños de doce años, mueven ya la cabeza, con las espaldas convui- sas y el lamento en los labios. El salvador invo- cado por Israel, ¿hace que los hombres busquen en estas criaturas aureolas de elegidos? ¿O los hombres, creyendo inútil la súplica, antes de indicar la acción, enseñan ya el sollozo?... Un viejo de largo báculo, se sienta, apoya la fren- te en su mano, sorprende mis ideas, y dice : «Cada uno de esos muchachos, de guedejas ju- veniles, aumenta el caudal de mi melancolía, pero también la savia de mi rebelión y de mi esperanza. La lucha no está aquí. La venida del Mesías es para mí un símbolo : el Mesías es el pueblo de Israel ; vendrá, en realidad, a su ho- ra, y el mundo será nuestro, desde las entrañas de la tierra hasta las profundidades del cielo.

La batalla ha empezado. Dispersos forma- mos una sola nación. Irreducibles, somos un principio de discordia ; entre razas mezcladas, la