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— 254 — reza y gime. En medio del rumor zumbante se oyen claros algunos versículos : «A causa del templo destruido, solitarios nos sentamos y llo- ramos. Lloramos a causa de nuestros grandes hombres y de nuestra majestad pasada». Los diversos gritos se encauzan en una suerte de letanía. «Rogámoste, ten piedad de Israel. Jun- ta a los hijos de Jerusalén. Haz que nos vuelva la hermosura. Apresúrate, libertador de Sión, y florezca el ramo de Jessé»... Las lamentaciones de los mendigos, implorando caridad, aumentan los clamores desconcertantes. Entre las casu- chas viejas, el corredor apestoso y el enorme muro, créese sentir las arpas melancólicas, acor- dadas a los afluentes del Eufrates. Pero en rea- lidad, se ven higueras, tristes como los árboles del destierro, dibujando copas secas por sobre patios miserables. Los fieles, al orar, besan los bloques, reliquias de Salomón, que se internan en el materno suelo cual semillas del templo futuro ; las imaginaciones lo sorprenden con sus cedros y sus oros, brillante sobre los gigantes- cos querubines del Arca de la Alianza.

Muchos de los israelitas vierten lágrimas : algunos se exaltan y sollozan : tanta amargura estéril pasa cual lluvia, que, con su propio ím-