Página:Visión de paz (1915).pdf/252

Esta página no ha sido corregida

— 28 —

gura, que llegaba el tiempo de bendecir a las estériles, pues los hombres, espantados, grita- rían a los montes : «Caed sobre nosotros.»

Descendemos la calle para internarnos en el laberinto del Bazar. Los chalanes venden, las mujeres se disputan, los chicuelos vociferan, y los pavimentos apestan. En la plazuela, al tufo de la basura se mezcla el vaho de camellos y de burros : los mármoles y los ungúentos que de- bieran terminar la vía del dolor sólo están en la imaginación humana.

Las otras estaciones se cumplen dentro de la Basílica. La tarde avanza, y apenas esclarece el oro de los altares alguna lámpara en medio de las penumbras. El Calvario, misterioso, cu- bierto de tinieblas, evoca las que lo envolvieron en el temible Viernes.

Cristo había escuchado ya las blasfemias de la nación, que aún le gritaba en la cruz : «sál- vate a ti mismo». Había prometido a Dimas el cielo; había llamado a su Madre, madre de Juan ; había dicho ante sus verdugos, la más hermosa palabra del Calvario : «Perdónalos, Pa- dre, porque no saben lo que hacen». Y rehusan- do la bebida embriagadora que las damas de