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evitarnos una repetición sin interés? O más bien, ¿es que se hizo un gran silencio, y que los judíos, espantados, sino de su crimen al menos de su vergienza, tuvieron un instante de pudor y de pena? Hay a veces de esos fulgores en las tinieblas, y de esos giros de la conciencia, en los más violentos arrebatos. No se puede, sin temor, ver borrarse en la ruina de la religión y de la patria, los últimos vestigios del honor y la libertad.»

En torno de la procesión que reza, se agru- pan israelistas. Muchas Jerusalenes han pasado, y la historia ha seguido su variable curso : es- tos hombres perpetúan la fisonomía de una raza . intacta. Con algo de inmutable y de esculpido, parecen los mismos que gritaban : «Crucifíca- le» ; los mismos que pedían : «caiga su sangre sobre nosotros y nuestros hijos» ; y se siente en sus rostros un misterio que no quiere irse, y que tendrá su clave absoluta al fin de los tiem- pos.

La procesión vuelve a marchar. Nos detene- mos donde Cristo tomó la cruz, camino de la Puerta Judiciaria. Más adelante un oratorio in- dica la ayuda de Simón, el de Cirene. Venía