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— M0. .— bién, adularía al sacerdocio no obligándole a so- meterse a la autoridad romana. No calculaba que entregándoselo en nombre de Tiberio, el Sar.edrín, enceguecido por el odio religioso, iba a abdicar su intenso orgullo.

Herodes recibió al profeta rebosante de ale- gría : esperaba un milagro. A sus preguntas, el reo opuso su silencio ; y, exasperado, le volvió al Pretorio, vistiéndole con ropas blancas.

Pilatos vió llegar a Jesús arrastrando el man- to que usaban los romanos aspirantes a una alta dignidad : en su caso era la de Rey de los Judíos.

En la caserna, el fraile que conduce la pro- cesión, dice en italiano y en voz alta : «Aquí el Señor fué juzgado». Lee varias reflexiones y evo- ca la escena.

Claudia Procula había advertido a su esposo : «Nada tengas tú con aquel justo, porque por causa de él mucho padecí en sueños». La mu- jer apenas nombrada, se junta a las que, enter- necidas, se mueven en torno del Maestro : ocul- ta discípula, según el evangelio apócrifo de Ni- codemo, lo vislumbró en el actual sufrimiento y en la futura gloria. Su figura misteriosa se presta a la fantasía ; Klopstock, en La Mesiada,