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== duras : «¿Qué necesitamos ya de testigos? ¿Ha- béis oído la blasfemia? ¿Qué os parece?»

Los partidarios de Jesús no asistían al juicio : la asistencia unánime, le condenó a muerte.

Entonces la injusticia transformóse en frene- si. Le golpearon, y cubriéndole la cara, le escu- pían, diciendo: «Adivina quién te dió». Inútil era esperar un milagro. En serena inacción re- currirá al silencio; y ese mutismo, que desper- tará en Pilatos, casi un movimiento de respeto, será su aureola más augusta. Ya, al partir del Huerto, declaró inoportunas las milicias celes- tes. Sólo él podía ser el sumo pontífice, inmo- lador de la hostia de sí mismo. En el Gólgota le gritarán aún : «Baja, libértate». El prodigio estaba en morir, callando; y calló, aquel que tenía el poder de desatar la lengua de log mu- dos... Fué, luego, encerrado en una prisión ; antes de llevarle al Pretorio se esperaba el día.

La tarde se ha vuelto desapacible. Ráfagas frías sacuden el ciprés de un patio cubierto de lápidas, vestíbulo de la casa de Caifás. Hoy se eleva en su sitio una iglesia, La fundó Santa Elena, la destruyó Cosroes, y, reedificada, los monjes armenios la recibieron de los latinos.