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— 235 — do mal, da testimonio del mal; mas si bien, ¿por qué me hieres ?»

Entonces le condujeron donde Caifás. Simón Pedro, que le acompañaba desde lejos, penetró en el atrio. Refrescaba, y el apóstol se acercó a un brasero. Alguien le dijo : «¿ Tú eres también de sus discípulos?» El lo negó. Otro criado : «Tu habla de galileo te traiciona». El lo negó de nuevo. Uno de los actores de Getsemaní re- capituló, apurándole : «Yo te vi con Jesús en el Huerto». Pedro juró que no conocía a tal hom- bre. Y aún hablaba, cuando cantó wn gallo : alejóse del atrio y lloró amargamente.

Jesús, en tanto, delante del sumo sacerdote, se debatía en un tumulto. Los testimonios no concordaban ; imperioso, Caifás, preguntó : «No respondes alguna cosa a los que atestiguan con- tra ti». Mas él callaba. Lia voz del pontífice se hizo concreta : «¿Eres tú el Cristo, el Hijo de Dios bendito?» Y Jesús dijo: «Yo soy: y ve- réis al Hijo del Hombre, sentado a la diestra del poder de Dios, venir con las nubes del cielo.»

Entre la fiebre desordenada de la idea domi- nante del crimen, su acento persistía armonioso. El pontífice, airado, y de pie, rasgó sus vesti-