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== respetuosamente se le consideraba como primer personaje de la Sinagoga. Tal vez, el yerno, en el proceso, iba a resultar su instrumento. El Sa- nedrín acusaba a Jesús como seductor. No se rendía a la evidencia, de que Cristo, al demoler el templo, en su lenguaje prolongaba gloriosa- mente la obra de sus padres. En realidad, hería el interés personal del sacerdocio. Y eso prepa- raba la adulteración de su proceso, al cual no asistieron Gamaliel, José y Nicodemo. Bastaría así, para su pérdida, que ratificase sin análisis en el juicio una frase cualquiera de su predica- ción, ante testigos ocultos o presentes. Pero no podían ejecutarlo sin la anuencia de Roma, va- le decir, sin la orden legalizadora de Pilatos. El Maestro compareció, pues, ante Anás. El pontífice, según San Juan, le interrogó «sobre sus discípulos y su doctrina». El, repuso : «Ma- nifiestamente he hablado al mundo: siempre he enseñado en la Sinagoga y en el templo, adonde concurren todos los judíos. Nunca hablé en oculto. ¿Qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído y saben lo que he dicho.» Su respuesta, simple, pareció descomedida ; uno de los esbirros le abofeteó violento, y su voz, con sublime calma, agregó : «Si he habla-