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bro, cual en todo lo referente a las fases del Gé- nesis, que ya también Laplace y Cuvier, que- riéndolo o no queriéndolo, han iluminado por sus relaciones. Mas los misterios existen a pe- sar de los descubrimientos ; y precisamente los adelantos aumentan su inquietante manantial de hermosura.

Lucien Gaffre recuerda su perenne obsesión. Ayer, la electricidad, en medio de sus aplica- ciones maravillosas, se divertía como se divier- te, en guardar el secreto de su esencia. Hoy, en la época de Berthelot, los rayos Róentgen descubiertos por un creyente en la divinidad de Cristo, se llaman X, por ser una incógnita. Y el radio, milagro de la materia, revoluciona el mundo, sin revelar su misterio. ¿Por qué si es- te cuerpo, condensación extraordinaria de ener- glas (hasta el punto de que un miligramo pro- viene de millones de quilogramos de minera- les, reducidos y quintaesenciados), produce efec- tos inexplicables, no los pudo producir el Cris- to, resumen de fuerzas corporales y espiritua- les, que fué, según la hermosa palabra de Orí- genes, la flor de todas las naturalezas? En pá- ginas penetrantes y elocuentes, el abate expli- ca y desenvuelve su pensamiento. Con ese mis-