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— 211 — san la resurrección ; y corren buscando a los discípulos... María Magdalena, vuelve, y obser- va el interior de la roca. Un resplandor con pen- samiento, se desliza detrás, y le pregunta : «¿ Mujer, por qué lloras?» Ella cree que le ha- bla el jardinero del huerto. «Si tú lo has sacado de aquí, dime dónde está, y yo lo llevaré». Je- sús se decide a cambiar su acento de más allá del mundo, y con su voz de Betania dice una sola palabra: María. Ella, volviéndose, mur- mura : Maestro. El Señor, añade : «No me to- ques, porque aún no he subido: mas ve a mis hermanos y diles: «Subo a mi Padre que es vuestro Padre, y a mi Dios que es vuestro Dios...» Todo comentario debiera callar, y ce- rrarse todo capítulo sobre esta escena ; mas la inmortalidad había sido anunciada con otros he- chos a la mujer amante. Huyendo en compañía de su familia llegó a Francia. Hoy un eclesiás- tico eminente ha puesto en duda parte de ese viaje; pero si en tal historia hay leyenda, la leyenda, más hermosa que la historia, dió sus frutos. Magdalena, penitente durante treinta años, santificó la montaña del Santo Bálsamo. En la gruta húmeda, un sitio siempre seco, pro- clama que sus plegarias y sus diálogos con Je-