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tilla: «El sentimiento poco afectuoso descon- tentó a Jesús : parecian poner alguna cosa más alto que él. Y él amaba los honores, pues los honores servían a su fin, estableciendo su título de hijo de David». Lo cierto es que Jesús, no vivamente, como añade el exégeta, sino con la profunda tristeza, que aun se desprende del tex- to, exclamó : «¿Por qué molestáis a esta mu- jer? A los pobres los tendréis siempre con vos- otros ; pero a mí no siempre me tendréis. Por- que derramando ungúento sobre mi cuerpo, pa- ra sepultarme lo hizo. En verdad os digo que en todo lugar donde fuere predicado el Evange- lio, se contará lo que ésta ha hecho, para me- moria de ella.»

La Magdalena estaba en lo cierto. Las horas del martirio se aproximaban con el viernes si- guiente. Y muchas otras mujeres se añadirán entonces a la fúnebre caravana. ¿Presentian que la enseñanza del Cristo iba a cambiar su condición en el mundo antiguo, o sólo se deja- ban arrastrar por el encanto de su voz y la luz de su doctrina ?

No lo sabemos, mas representantes infalibles de la misericordia, helas ahí las primeras desde temprano ante el sepulcro. Los ángeles les avi-