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— 209: — sólo ella la presentía. Un suave olor de nardo aromó la casa: encarnaba el triunfo del arre- pentimiento ensayando sus alas para llenar el mundo.

Lacordaire, en páginas hermosas, ha fijado un paralelo entre David y la Magdalena. Am- bos se arrepienten, el uno en el Antiguo, y la otra en el Nuevo Testamento. El rey canta su pesar en inmortales acordes. La pecadora tiene sus lágrimas armoniosas, como los gemidos del arpa. «La inocencia, dice el ferviente Padre, es una gota de agua en el mundo: el arrepenti- miento el océano que la circunda y la salva.» Y Dios prodigó a las dos figuras terneza y pro- fundidad, enalteciendo hasta lo sublime, en su vieja y nueva ley, la rehabilitación por la pe- nitencia.

Pero Magdalena no se dirigía a Jehová invi- sible : su ungijento cubría la cabéza y los pies de Jesús. Los discípulos murmuraron sobre el precio del bálsamo, y Judas se lamentó en una reflexión hipócrita: «¿Por qué no se ha ven- dido este ungiiento por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?...» Observemos, al pa- so, que Renán estampa una reflexión impropia de su talento, buena para un periodista de paco-

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