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higueras en raudales de júbilo. La última visi- ta de Jesús se nos antoja real como presente. Acaba de dejar a Jericó. Ha dado el adiós a su investidura de hombre, pues la Pascua, que se acerca, trae la muerte. Se detiene en Betania. Quiere pasar entre amigos su última semana de libertad : encuentra aquí calor y fuerza. Pro- nuncia dulces palabras de amor, y su verbo pa- rece crear los sentimientos cuando los despier- ta, donde están dormidos. Lis llama como a Lázaro a la existencia, siéndole, en realidad, extranjeros. No puede poseer ni madre : en el momento angustioso, señalando a Juan debe- rá decir: «Mujer, he ahí a tu hijo». En su ca- rácter de Dios la había aceptado, un instante, y la entregaba por los siglos al mundo cris- tiano.

En Betania, a pesar de todo, la naturaleza de Cristo se enriquece al contacto de los afec- tos, y vibra enterneciéndose, hasta tener que readquirir con un esfuerzo su impasibilidad. No es la tentación de Satán en la Cuarentena o en otro monte : es un asalto, de lo que de nosotros había en su corazón, hacia las regiones inacce- sibles de su ser. Nuestras alegrías y nuestros do- lores, anhelaban su conquista para enaltecer