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— 202 — un color y un ritmo, que anima, nuestros ojos y mueve nuestros pasos.

Terrenos saxátiles, y a veces piedras enormes, forman cavernas naturales. Son blancas y ama- rillentas. El sol vibra en sus profundidades, des- peja sus sombras, se mete en sus intersticios y descubre las hierbas perdidas en sus senos. Después, las higueras alternan con los almen- dros, y los almendros se mezclan a los olivos. Un cuarto de hora de marcha y llegamos a la aldea. Las casas, en escaso grupo, muestran cubos pétreos que se clavan en rocallosos cimien- tos, y dominadas por un derruído campanario, despliegan techos, de tierras endurecidas. En una plazoleta central, mujeres musulmanas, la- van la cabeza de muchachos astrosos ; y otras, cubiertas de harapos multicolores, ciernen tri- go. A la puerta del sepulcro de Lázaro, nos re- cibe una suerte de derviche, que nos brinda una antorcha.

Descendemos los escalones de una caverna, Cavada bajo el peñón se dibuja, sin claraboyas, húmeda y sombría. Un hombre del pueblo, ves- tido con traje talar, se echa al suelo, se estira como un gato, y penetra en otra cámara. En- ciende allí una nueva antorcha, Por una horna-