Página:Visión de paz (1915).pdf/202

Esta página no ha sido corregida

0: = en cielo, con la gracia de una nube, rematando en sol con la potencia de un triunfo. Y semejan- te a las frutas del jardín que conservan el aro- ma de su flor, la mujer, en pleno día, ostenta- ba en el mirar los cambiantes de la estrella ori- ginaria.

El misterio y la inquietud de ese reflejo, en- gendraban el anhelo de lo infinito. Los hom- bres la adoraron de un modo absoluto. Los envolvía en el soplo de un amante vergel del firmamento. Las aguas terrenas modulaban acentos de ignota felicidad, y el corazón en ese ritmo encontraba alas divinas. Después nacía la angustia desesperante, pues ella, ajena al mal sembrado, sonreía a todos con la misma lumbre, siempre intangible, sin cesar vagabun- da, y cada vez más real y maravillosa.

La tierra sintió su influencia. Los collados le decían : «nuestro incienso es tuyo» ; los valles : «bebe de nuestras aguas» ; los bosques: «he aquí nuéstras mejores sombras» ; los montes : «haz altares con nuestros riscos».

Y no era para menos: trastornaba las esta. ciones. Los árboles florecían al paso de sus ojos, y las pomas reventaban antes del estío al seritir sus calores. Las aguas invernales, tro-