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Maestro: «Salud y gloria al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor». Muchos, alfombraban con sus vestiduras el camino; otros, cortaban ramas de los árboles; las mujeres, arrojaban flores; y todos tralan gajos de olivo, imagen del de la Paz, que paseara la paloma del Arca sobre la destrucción del Diluvio.

¿En dónde el carro de los reyes de Babilonia, el cetro de los faraones de Egipto, el laurel de los conquistadores griegos, la espada de los césares romanos? Caballero en la humilde bestia, iba la figura sin más símbolo que el resplandor de sus ojos, sin más corona que el oro de su pelo, sin más cetro que su pureza, sin más ejército que su palabra. Ni abanicos triunfales, ni bosques de lanzas, ni desfiles de tesoros, ni cortejos de cautivos: lo custodiaba, y era bastante, el grito jubiloso, pregón de la maravilla de su obra. Y las calles de Jerusalén se conmovían, y toda la ciudad se preguntaba:—«¿Quién es éste?»—y los distípulos respondían: —«Este es Jesús, el profeta de Nazaret, de Galilea. »

Al bronco acento de las multitudes, se unió entonces la cristalina voz de los niños: «Salud