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Los profetas, en sus altitudes, se acercaban a Dios. Luego, al contacto de sus aires y de sus hogueras, parecían volver de la fuente cósmica, con potencias desmesuradas. Moisés, que signi- fica «salvado de las aguas», tenía ya en su nom- bre, algo de elemento. Los cuatro signos de su Arca : las cabezas de hombre, de león, de buey y de águila, refundiían la Naturaleza, con su genio y su vigor, su mansedumbre y sus alas. Moisés realizó el esfuerzo de forjar un pueblo para una religión. Israel fué su obra. Cuando lo tuvo esculpido, por medio de guerras, milagros, preceptos, privaciones, ayunos, terrores y gra- titud, lo creyó digno de Jehová. Mas no habien- do pensando en los humanos sentidos, previó, al morir, que su constitución sería violada, y . extrajo del racimo de su 'fe, vino de amargura.

En los bíblicos tiempos, en una tarde como ésta, el sol, desde la cima de Fasga, encendía la región de Galaad. Moisés dominaba la comarca de Efraín y el oasis de Jericó, llamado de las palmas. El Señor, le dijo : «He ahí la tierra de la cual juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, ex- clamando : A tu descendencia se la daré. Tú la has visto con tus ojos ; mas no entrarás en ella». Otra era también la Canaán Prometida y no