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tenebrosas, se duermen bajo las nubes moribundas. Sólo allá, en el fondo, el Nebo conserva un viso de carmín, en que la sombra infiltra augustamente el silencio.

Así, el sepulcro titánico de Moisés, envía a la Cuarentena su última vislumbre, antes de caer en la noche inexorable. Desde su altura el caudillo contempló la tierra de Canaán, y un ángel le cerró los ojos que habían visto la eternidad de Dios. El paisaje sobrecoge : sus cumbres son páginas vivientes. En los templos antiguos, los preceptos supremos, los misterios irrevelables, se esculpían en tablas de piedra : más sagradas que éstas, las cúspides del Oriente, relatan sus maravillas al sol, a las estrellas y al viajero. El Moria y Abraham ; el Hor y Aarón ; el Sinaí y Moisés ; el Carmelo y Elías ; el Tabor y Cristo ; todos los montes y todos los collados, las grutas de sus selvas y los torrentes de sus cantiles, reflejan hombres y evocan palabras. Como divino emblema, el cimiento angular del Evangelio, que está en el Sermón de la Montaña, encuentra su apoteosis en la muerte del Gólgota. ¡ Ah! no es extraño que impongan las moles, llenas de un soplo dulce o formidable, al corazón doloroso y al espíritu inquieto, que busca lo Infinito.