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— 189 — bra, cortan las solares reverberaciones del Nebo

  • fantástico.

Al frente de la azotea se dibujan los tres pi- cos de la Cuarentena, donde, después del Bau- tismo, se refugió el Señor, oponiendo a las de- licias del Paraíso de Adán, las asperezas de la soledad y del hambre. Allí pasó el número de días rituales (log cuarenta del Diluvio) realizan- do la purificación en la Penitencia. La montaña recuesta un cono trunco en otro más alto, ve- cino a su vez, de una suerte de poliedro chato. Un convento griego se alza en las pendientes. Las grutas y cavernas abundan, los árboles es- casean, y al pie, montones de escombros señalan los últimos restos de Jericó la primitiva. Con el reflejo del sol, los tres picos surgen bañados en luminosa sangre. La imagen de Jesús pue- de aparecer un instante en resplandores de apo-

El espíritu infernal, vencido a su hora en el Calvario, empezó el combate en esa cumbre. Ensayó la soberbia, y Cristo vió, a sus plantas, el oasis de Jericó cual corazón de la fecundidad del mundo, y ciudades maravillosas, reinos opu- lentos, emperadores y pueblos, aclamándole, por sobre la gloria de su Padre. Entregado a la de-