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de ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mi?» «Cúmplase toda justicia», responde Jesús, y desciende al Jordán. El agua cae sobre su ca- beza : los cielos se rasgan : el Espíritu fulge en la Paloma : y una voz de lo alto grita : «Este es mi Hijo, el amado, en quien me he compla- cido...»

Así, por la primera vez, preséntase con for- mas sensibles, el temible misterio de la Trini- dad... Luego, la vida pública del Cristo em- pieza. En las riberas del río, da el último adiós, a sus apacibles años obscuros. Ya no es más hijo de José, ni volverá a tomar el escoplo trabajan- do para su familia : se abre su reino espiritual ; es el nieto de David y el Mesías del mundo. Su Padre celeste, lo encamina al vecino monte de la Penitencia. Cuarenta días después, comen- zará su ministerio. Ñ

Pensamos en otros ríos famosos : el Danu- bio, el Tíber, el Sena. ¡Cuánta vida y cuántos reflejos impalpables de ciudades grandiosas en sus corrientes! El Jordán, toca apenas algún molino, y en su desolación, al moverlo con la fuerza que tritura la espiga, siente la nostalgia del maná caído de las eras celestes. En lejanas épocas, multitudes de ermitaños lo habitaban.