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E Siza. En realidad, no se ha podido encontrar el verdadero arbusto. Y más vale así. El recuerdo de las ciudades malditas, viviente en la carne del fruto, le comunicaba un carácter moral casi sagrado : perdido para siempre en este país emo- cionante, añade a la flora, como los profetas al hombre, el color de lo maravilloso y el espíritu del misterio.

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oe.

Costeamos bancos de arena y rocas talla- das por crecientes que en otro tiempo llegaron a evocar las inundaciones del Nilo. Una enorme ondulación semeja un gran cauce desecado. Nos parece oir la voz de Moisés en el Mar Rojo. Sentimos el rumor de Israel aproximándose a la Tierra de Promisión. El Jordán dió paso a Jo- sué y a sus doce tribus. El caudillo extrajo del fondo doce piedras conmemorativas. Vislum- bramos la silueta de David huyendo de la cólera de Absalón ; pero todo desaparece cual barrido por un golpe de viento, cuando suena el leve murmullo del río.

El sol reverbera en las aguas, con los reflejos