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forman calles. Agudos garfios prenden a sus troncos túnicas de espinas que muestran como granos de café. Los árabes los llaman Sidr, y los europeos Zijyphus spina Christi. Una tra- dición cree ver en ellos el Rhamnus de la corona de Jesús. Es inútil buscar la bíblica rosa de Je- ricó. En cambio, abunda en los cercos el Zak- koun, con que se fabrica un bálsamo semejante al antiguo de Zaqueo.

Pero la gram celebridad pertenece al manzano de Sodoma. Su fruta, atrayente, multicolora y perfumada, contenía cenizas de gusto amargo. Desde la mención de Tácito y Josefo, pasando por Foulcher de Chartres, que en 1100 lo com- paró a los placeres del mundo, hasta Chateau- briand, que creyó descubrir el exacto de la Es- critura, ese árbol interesó a los peregrinos y hombres de ciencia. El hoy asimilado al de la historia, se denomina Solanum Sanctum ; llega a dos metros de altura y se le trae de las proxi- midades del Mar Muerto. Hojas aterciopeladas, verdes y grises, visten sus tallos espinosos. Las pseudo manzanas, especie de huevo de paloma, de un amarillo encantador, se vuelven, al ma- durar, purpúreas. Cuando se marchitan, sus pe- pas, obscuras, dan un fino polvo que simula ce-