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— 181 — de Eliseo. Elías, arrebatado en el carro flami- gero, dejó caer su manto. El discípulo lo reco- gió, y al volverse, encontró a los habitantes de la ciudad quejándose del amargor de una fuen- te. El profeta, según el libro de los Reyes, acon- sejó : «Traedme un vaso nuevo con sal». Lue- go vertió el contenido, exclamando : «He aquí lo que Jehová dice: Purifiqué esta agua, y ja- más saldrán de ella la esterilidad y la muerte.»

Hoy, todavía, la fuente existe : cuatro cho- rros cristalinos llenan su estanque del tiempo de Herodes. Una tradición habla de sus peces ; no vemos sino sus sanguijuelas. Después, la corrien- te resbala sobre lisos guijarros encauzándose en un arroyo. Más lejos, en cañaverales, forma es- pumas : las flores, enhiestas en los troncos, pa- recen reflejar esa blanca alegría.

Un beduíno nos cuenta que en Jericó un fun- cionario del sultán, vigila los cultivos ; pero los robos no permiten casi las siembras, y las co- sechas producen batallas.

Volvemos al caserío por entre plantaciones : las hojas de algunos álamos son tan finas, que se antojan, al tocar los naranjos, telarañas ver- des cazando frutas de oro. Viñedos recientemen- te nacidos se elevan entre muros de arbustos, y