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nen estrellas azules, y en las frentes un círculo. Los chicuelos llevan las cabezas rapadas con un gran mechón en el centro, de punta, como un plumero. Los hombres, mejor vestidos, sin apro- ximarse a los de nuestra escolta, ofrecen bara- tijas, más como quien manda que como quien

pide. Nos encaminamos a la casa de Tadeo. San Lucas refiere el episodio. Ese hombre era jefe de los publicanos y receptor de aduanas. Se había enriquecido cobrando en ventaja pro- pia muchos de los fondos ajenos. Jesús llegaba ¿2 Jericó en un momento de triunfo. La espe- ranza mesiánica agitaba la ciudad, ante el hijo de David. Sabiéndolo rodeado de gran concur- so, como fuese muy pequeño, el publicano se subió a un sicomoro. Imitaba al pueblo, que en Oriente, desde el Cairo a Jerusalén, acostumbra a convertir los árboles en tribuna. El Maestro, en llegando a él, levantó los ojos y vislumbró el ' nimbo que la gracia misteriosa encendía en su cabeza.—«Zaqueo — dijo, — desciende, porque me hospedaré en tu casa». El pueblo se puso 2 murmurar. El receptor, previendo las incri- minaciones, aseguró, con gozo :—«Señor, he aquí que doy la mitad de mis bienes a los po- bres, y si hice mal a alguien le rendiré el cuá-