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to y pétreo edificio. Un sirviente negro, casi desnudo, duerme tendido sobre unas gradas. El árabe de la voz melosa lo despierta, iracundo, de un feroz puntapié : he aquí todo lo que vemos, no con un eco del Evangelio, sin duda, en esta venta, la venta del Buen Samaritano.

Jesús volvía a Jerusalén ; un enorme concurso le acompañaba. Un ciego, según San Marcos, pedía limosna cerca de Kakoun. Oyó que pasaba el profeta de Nazarate y se puso a dar grande voces : «Tened piedad de mí». Jesús le llamó, y él, arrojando su manto, no oyó a las personas que le decían : «ten confianza» ; como un momento antes no escuchara a las que le amenazaban, murmurando : «calla». — «¿Qué quieres que haga?» —preguntó el Maestro.—«Hijo de David—repuso el ciego,-deseo ver».—«Marcha-prorrupió Jesús,—ya estás curado». El ciego, viendo, le siguió por el camino. Y miró, porque los montes no cambian, el mismo extraño paisaje de ahora. Al encontrar en tal punto, la vida delos colores, se le dibujaron cumbres