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mece sus recuerdos. Este cristal, río en las cumbres, torrente en las laderas, humilde y armonioso aquí, hace olvidar la charca. En la montaña que asiló a los profetas, reflejó la sombra de Elías, y al descender, ofreció a los apóstoles, con un eco de eternidad, algo más que fugitiva.

Una vez un doctor preguntó a Cristo :

«¿Maestro, qué haré para poseer la vida eterna?» Jesús comprendió que quería tentarle, y le aconsejó indirectamente. El otro repuso : «Debo amar a mi prójimo como a mí mismo ; ¿pero quién es mi prójimo?» El Maestro, refiriéndose a la ruta de Jerusalén y Jericó, dijo más o menos: «Un hombre descendía por ella y los ladrones le despojaron. Luego le hirieron, dejándole medio muerto. Y aconteció que un sacerdote le vió y no se detuvo y también un levita pasó de largo. Mas un samaritano que iba su camino se llegó cerca de él, se movió a compasión, lavó sus heridas, y poniéndole sobre su bestia, lo llevó a la venta. Sacó al otro día dos