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ica que, por las manos del héroe, fueron potencia en la honda y armonía en el arpa.

El valle forma un embudo de tres pendientes. Parapetos hoscos circundan la de abajo; las otras simulan naturales terrazas. El sol pone platíneo chispear en las hojas de los olivos, a que se juntan los esqueletos de las higueras : los cipreses, más altos, cuidan el boscaje como gi- gantescos pastores. En el fondo, una montaña, con sus tierras rojas y amarillentas, preludia la entrada del Desierto. Detrás de su mole, habló, en efecto, aquel que decia : «Haced penitencia ; el reino de los cielos está próximo». A él, lo ha- bía prefigurado Elías, enderezando los sende- ros del hijo de David. Y la «voz de Aquél que clamaba en el desierto» nos llega del Desierto, en un murmurio de los aires. A un lado los fe- cundos cultivos, que dulcifican el valle cantan las alegrías de los años cuando aun vibraba so- bre las cosas el fulgor del ángel mensajero. A otro lado estallan las asperezas de las espeluncas, cual si nada tuviesen de común con esos tiernos prodigios. Allí el niño se hizo hombre y el hom- bre anacoreta. Su tono adquirió las rudezas del viento ; el agrio monte le dió sus perfiles de in- corruptible roca : y alimentándose de miel sil-