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otras cruces, y entre ellas surgen algunas viñas. El invierno las ha despojado de sus pámpanos. Sonríe la idea de verlos nacer, florecer y esmal- tarse de frutos, dando con el licor real de sus racimos, a los leños de la muerte la sangre de la vida. Sobre el rincón de fecunda tierra, en que los sarmientos abrazan misticamente a las cru- ces, el cielo busca los muros de la vid, cual te- cho de una bíblica tienda. El sol, sobre un cua- drante, mueve su sombra alerta, dedo augusto que marca en el jardín, de oración, la paz de esas nupcias, y la divinidad de esa calma. Den- tro de la capilla fluye una fuente : el canto del manantial cristianizante suena en la casa del Precursor, y las plegarias brotan entre el mur- murio del agua que las mece.

Dibújase también una piedra enrejada. Una antigua tradición enseña que ocultó a San Juan, cuando las persecuciones de Herodes. Un mue- ble muy curioso, luce, incrustado, un Nacimien- to, con la sencillez y el encanto de una costum- bre, que hace soñar a los niños de toda la tierra.

Desde lo alto del convento se domina el sue- lo en que David luchó con Goliat. Las guijas de la erizada región, esperan en vano las cuerdas