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— 161 — dolor, estaban lejos del Evangelio. No existe en el mundo rincón más lleno de serena ale- gría ; el ritmo de su paz se extiende sobre las cosas, como un silencio de seda. Los pétreos mu- ros exhalan de su vetustez, religiosos alientos que impregnan la transparencia del aire. El campanario vuela al cielo, con las alas misticas de su propio esquilón, tanto como con los perfi- les de su propia arquitectura. Las notas, des- granándose en el valle, llevan a las almas, es- peranzas, y a a las mieses secreto hervor. Las imágenes físicas y morales se funden : el hom- bre se vuelve centro de un mundo venturoso. En el jardín del convento los rosales ignoran si sus flores son ilusión o realidad, pero las sien- ten inclinándose por su belleza y volando por sus aromas. En el mismo recinto una cisterna, an- tigua como la Fe, riega con aguas siempre ju- veniles, la púrpura de las malvas. Lios muros, también vetustos, se oponen al verdor de los olivos, cuyo gris platíneo, tiene cual diamantes que se mojasen al recibir la lumbre. Mientras caen sus hojas, se yerguen los cipreses. Siguien- do la recta flecha de sus cúspides, la hiedra in- vade la fachada, y cuelga de la cruz un jirón de

su hermosura misteriosa. Otras HRERA cubren visióN.—11