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tervino : «Necesitamos de tus vigores y no de tu sombra. De ti saldrá la cruz del profeta». Tal es la leyenda, y el árbol seco no ha muerto. Vibra el esqueleto inmortal con la gracia dolorosa de almas invisibles. Fecunda, como la tierra de Canaán, es la estéril placa de mármol, que cubre la ausente raíz. Así lo proclaman en su oración los peregrinos enfermos de absoluto, que no encuentran reposo dci sus pies inquietos y llagados.

Avanzamos hacia Ain Carin, por un paisaje de inmensas hoyas calcáreas, Á veces arremolinan sus cilindros, y a veces tienen movimientos de olas, que, antes de petrificarse, arrojan a las laderas guijarros y olivos, desde los erizamientos de sus crestas.

A un paso de la aldea, está la fuente de la Virgen. Inmemorial tradición le da ese nombre. Créese que cuando María visitó a Elisabeth, bebía a menudo de sus aguas. Un alminar mahometano la protege, y riega los próximos cultivos. Dentro de una gruta gorgorita su linfa. El sol estampa en la boca parchazos de luz, y resbalando por los muros, baña las guijas del sendero. La peña irradia abrasada y su oblicua oquedad permanece en la sombra, Algunas mu-