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brar gozo con los prodigios. ¡ Ah! la serenidad de los crepúsculos, de Nazaret, y en Tiberiades la belleza de los claros de luna. ¡Ah! la amis- tad de Lázaro, y la voz de Marta, y las lágrimas y los ungientos de María... Las dos imágenes, la dulce y la formidable, se armonizan, y por entre la gloria de los cielos cruza un tenue so- plo melancólico, El Padre, a quien no se le ha- bla, porque adivina el pensamiento antes de na- cer, dice: «Llégate al infierno, ya que lo de- seas, y rescata esas almas, las únicas que por inocentes pueden salir de los suplicios.»

El guardián, gozoso, penetra en la región

sombría. Perfumes de rosas, de jazmines, de violetas, y de todas las flores, se debaten en

  • desesperante esfuerzo : quieren colorear las ti-

nieblas con el recuerdo de sus pétalos. Los per- fumes son almas de flores muertas en las baca- nales, de flores que encubrieron el puñal y el veneno, de flores que festejaron los triunfos ma- lignos en los cultos impíos, de flores que hicieron desfallecer el corazón de las vírgenes.

El ángel transforma el infierno : siembra ex- plosiones de matices ; la tiniebla a su paso se vuelve luz, y la luz sueña con las flores. Cada color es nota del cántico silente ; y ráfaga aromá-