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El aliento embalsamado colorea las lumbres, pues cada alma es un perfume, que evoca y pro- duce el matiz de sus antiguos pétalos. Lia me- moria sutil goza así de su propia apoteosis. Y las almas lo son de flores marchitas en ataúdes y cubiertas de llanto ; de flores consoladoras de las ruinas; de flores ofrendadas a las madres piadosas y a las prometidas castas ; de flores que

.coronaron poetas, mártires, soldados, héroes ; de flores que palidecieron de congoja ante el su- dor de las agonías.

De pronto el ángel se turba. Cree sentir mur- murios de la fuente nativa. Inmensa compasión lo penetra, y los murmurios, concertándose, cantan : «Existe también un infierno de las flo- res.»

El guardián vuela al temido Triángulo. La paloma, inspiradora de la sabia dulzura, fascina entre el Padre y el Hijo. Cristo ostenta la es- pada de varias hojas ; tiene en su rostro el sol, en los ojos llamas, y sus pies deslumbran cual el cobre derretido en un horno.

El ángel adelanta con el reflejo de su gracia humana. La Faz terrible olvida la espada de fuego, y sonrie a la imagen. ¡ Ah! la frescura de la fuente de los Magos. ¡ Ah! el placer de sem-