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ES que es la del Calvario, y el ángel fraternal vuela a las estrellas camino del cielo.

Helo ahí en la luz inmortal. Vive con los do- lores y las glorias, de quien le diera su rostro con su reflejo, su espiritu con la palabra, y el corazón con una lágrima. No ha perdido la vir- tud de la fuente, y parece que Jesús se mirase sin cesar en ella. Y cuando El sonríe, el ángel se ilumina, y se torna crepuscular cuando El sufre. Así, recibe la bofetada de Caifás, oye la negación de Pedro, se baña en la sangre del Pretorio, y padece la agonía del Calvario.

El sábado, tras la noche de sombra que arro- ja ya una eternidad de lumbre, el Padre le lla- ma y le dice: «En nombre de tu sufrir te haré guardián del rincón más agradable de tu esfera. Serás el espíritu solar en el cielo de las flores. ¿Quién mejor que tú puede custodiarlas, ¡oh! hijo de una fuente ?»

El ángel oye y parte. Vive desde entonces entre lirios de Idumea, narcisos del Sarón, nar- dos de Moab, margaritas de Nazaret, violetas de Efrata, rosas de Jericó ; entre los mil aromas de los oasis y de las islas, de los collados y las llanuras, de las capitales destruidas y de las ciu- dades potentes.