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— 146 —. de sol dijese a la rosa : «Mira el cielo, desde él vengo a besarte» ; respondería : «Me inclino ha- cia la tierra; el rocío, me pesa con sus lágri- mAs.»

Y por la tierra avanza Jesús. La imaginación se alucina. El Hijo del Hombre busca el astro de la fuente, no lo encuentra y se cree contami- nado. Después medita y sonríe; no puede bri- llar en el agua, porque Dios trae la aurora.

Observa su rostro. Falta muy poco para la Pascua. La crucifixión se aproxima. Percibe en su frente el dejo del pensar de los ángeles. Se contempla por la última vez y se considera con doloroso placer. Mira, enternecido, su carnal vestidura. Los hombres, que llevaban en el corazón el sepulcro de la esperanza humana, descubrieron, a su paso, la cuna de la esperanza divina, Sus días están contados; y aquel dulce y bello rostro, se expondrá al insulto de la ple- be. Habla despidiéndose de la imagen y la es- tremece el verbo de su espíritu. Una lágrima de sus ojos, que toca la idealidad de los reflejos, cae sobre el corazón de la figura. La gran som- bra, agitándose, se convierte en ángel, y surge de la transparencia besando la frente del Maes- tro. Jesús comprende ; toma la ruta de Betania,