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El rey negro habla : «Traigo en mi camello, oro. El oro es el modo que tiene el suelo obscu- ro de acordarse de los astros. Pero también lo arrastran los ríos, y enseña que lo mueve la vi- da, siendo, cual la ola, poderoso y fecundo. Que él te ayude a gobernar, divino infante, y em- piece por darte un manto digno de Salomón. Y cuando seas hombre, ¡oh Dios de Israel! no olvides a Gaspar : haz que en su cara sombría resplandezca el alma, con el fulgor de su don de ahora.»

Melchor, dice: «Deseo que unjan tu cuerpo con la mirra de mis cofres; traje superior en pureza al mismo lirio, como que es la gasa de un aroma. A los hombres se les impregna el gudario con mi tributo ; cúbrete con él, Señor, y así el perfume de la muerte, será, para tu siervo, el perfume de la vida.»

El mago Baltasar, murmura : «De los tron- cos más bellos, de las palmeras más graciosas, saqué, Señor, el incienso que te ofrezco. Envol- verá, glorioso, tu casta desnudez, en la espiral de su albura. Toma, ¡oh Rey de los Judíos ! el diáfano velo ; y que mi corazón, como incien- so, pierda su dureza, para trocarse ante tu ma- jestad en nube.»