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» Y habida respuesta en sueños, que no vol- viesen a Herodes, se volvieron a su tierra por otro camino.»

Al salir de la gruta, en una galería subterrá- nea, saludamos la tumba de San Jerónimo. El traductor de la Biblia, después de abandonar su existencia de pagano noble y lujoso, quiso vivir y morir cerca de la humilde cuna. Pero, más tarde, sus restos y el pesebre se transporta- ron a Roma, donde están en la basílica de San- ta María. sa

Nos detenemos en otra gruta. Cuenta una antigua leyenda que la Virgen dejó caer allí una gota de leche. Desde entonces, la piedra, sensi- bilizada, puede fecundar a las mujeres estériles ; y hoy mismo las hijas de Bethleem disuelven el polvo calcáreo en agua, y beben con la espe- ranza de pronta primogenitura. ,

Una calleja nos conduce a la cima de una me- seta. Abajo, ondula una pendiente, y a su pie aparece la aldea de Beit-Sahour. Coloca allí la tradición el sitio preciso de que partieron los pastores para adorar al Niño. Oigamos los ver- sículos de San Lucas: «Había unos pastores que estaban guardando las velas de la noche sobre su ganado. Y he aquí que se puso junto