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— 120 — Un depósito superior rebalsa en el segundo, y éste en un tercero, hundido al pie de la mon- taña. Los tres están en ruinas. La poca agua de - la última lluvia, acentúa la miseria de una des- trucción que no puede cubrir armoniosamente con su manto. Desde allí el mutismo crece en el formidable misterio que aumenta. Las nubes arrojan sobre las ondulaciones de los montes, sombras que, al parecer, salen de sus cavernosas entrañas. No hay mieses indicando la presen- cia del hombre : su único vestigio lo dan los es- tanques, sin otro manantial que su desolada tristeza. A Ya. no alimentan «El Huerto Cerrado», ni los acueductos de Jerusalén. El recuerdo de la pompa antigua, es un fantasma, que imprime a la piedra muda pesadilla. El palacio de Mello, a donde la hija del Fáraón fué rodeada de fuen- tes, flores y hermosas doncellas ; los muros de Gazer, de Balsat, de Palmira ; las casas y for- talezas del Líbano; los carros de guerra ; las maravillas del Templo; los homenajes de los Amorreos, Heteos, Fereceos, Jebuseos ; las flo- tas de Asiongaber y de Hiram, volviendo de lá fantástica Ofir con un sol pulverizado de oro, de Golconda con una luna pulverizada de dia-