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Pero la Naturaleza se dulcifica un instante : halla un reposo en su tensión. Entre varios árboles, sobre un cuadrado amarillento, destácase la cúpula blanca de la tumba de Raquel. Se sabe que por allí cerca murió, al alumbrar a Benjamín : un texto de Samuel, sin embargo, engendra una contradicción difícil de vencer, y no se puede considerar el sepulcro como auténtico. La creencia general judía es que, efectivamente, guarda a la madre de José, y en torno -se erigen numerosas lápidas. A menudo, desde los antipodas, llegan viejos israelitas, buscando morir al amparo del modesto monumento. La ruta tuerce hacia los estanques de Salomón. Una planicie se tiende, y en medio del colosal embudo de tres montes, surgen las antiguas construcciones. El paisaje readquiere sus caracteres sombríos, más intenso y más calcáreo. La piedra cenicienta exhala un reflejo azul, ahogado en densa obscuridad. El brillo sucumbe casi antes de nacer. Brotan en el camino, pobres vegetaciones : armonizándose con las grietas de su cuna, suben savias calcáreas para pintar las hojas. Junto a los estanques, ni una brizna de hierba florece; todo es duro, áspero, meditativo.