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— 117 — cual cubiertas por los restos de un volcán, mile- naria fuente de lavas endurecidas. Imaginad, después, selvas truncas, cuyos árboles fuesen de madréporas grises ; y muros de guijarros que separan eras incultivables, simulando en el des- pliegue de las perspectivas, ciudades devastadas. Los aspectos, multiplican la misma impresión : asaltan por todas partes quiméricas Pompeyas, pero adivínase que entre los despojos no se en- contraría ni un fragmento de estatua blanca, ni un resto de pintura amable.

Las cosas soñantes, concentrándose en sí mismas, adquieren mutismos ceñudos. Mas no son agresivas : el viajero siente el aliento de su - infinita tristeza. Las ondulaciones van hasta el horizonte de las montañas combinando violen- tas aristas : evocan la destrucción de una ruda naturaleza, surgiendo penetradas de grandioso espíritu. Se cree que tras la cólera potente, en la calma de los fragmentos, se petrificaron las voces que en salmos y profecías inmutan el áni- mo con el resplandor de sus imágenes. Y por- que la mano azotadora era justa, hay en el si- lencio profunda resignación. El severo perfil de los Ezequieles, Elías, Habacucs, ¿forjóse al contacto de la áspera contrera, o ella, por el re-