Página:Visión de paz (1915).pdf/114

Esta página no ha sido corregida

— 110 — ángeles con las llaves del abismo. Las amari- llentas murallas, transfigurando sus piedras, re- fulgen llameantes. Los fuegos se calman ; los humos se desvanecen; y la Esposa arde en amor, engalanada para su Esposo. La vivifica un río de cristal, surgente del solio supremo. Se aproximan a sus muros, los mártires, vestidos de sangre, con el matiz de las rúbricas devocio- narias ; las vírgenes, exornadas de perlas ; los confesores, cubiertos de estolas niveas ; los doc- tores, abroquelados en áureos lambrequines. Tiene cimientos de jaspe, de zafiro, de calce- donia y de amatista. No hay en ella templo; el suyo, es el Dios omnipotente. No pide al sol resplandores. El Cordero, su Esposo, se asila en Sión, cual interna maravillosa luna, que presta inmaculado fulgor a los muros de oro transparente... Los celajes se amortiguan, la visión pasa, Jerusalén torna a mostrar sus pre- sentes baluartes. Sión, que exhala la plenitud de la hermosura en la plenitud de los salmos, apágase en luz como un lejano acento de arpa. Las puertas de Hebrón, de Damasco, la Nueva, la de Rot, se ensombrecen. No llegan multitu- des recogiéndose de los campos. Cruzan algu- nos asnos cargados: dos camellos distraidos :