Página:Visión de paz (1915).pdf/113

Esta página no ha sido corregida

— 109 —

caricia triunfante, sus aspectos pensativos ; así, su real hermano es el crepúsculo : en él encuen- tra las armonías de su imperio.

Miremos a Jerusalén desde el lugar que Cris- to santificó con sus lágrimas. Después de reci- bir una ovación, contemplando a la ciudad, ol- vidó los gritos de entusiasmo, diciendo : «¡ Ah, si tú reconocieses siquiera, lo que puede traerte la paz! Pero ahora están encubiertos tus ojos. Porque vendrán días contra ti, en que tus ene- migos te pondrán cerco y te estrecharán por to- das partes. Y te derribarán en tierra, y a tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán pie- dra sobre piedra...» Resonaron, en efecto, las trompas de Tito, y la señora de las naciones cayó en ruinas, resucitando para recordar que otra profecía sobre su fin trágico ha de cum- plirse. ¡ Sí! ¡ Jerusalén, ciudad de las promesas inmortales en la muerte, es la ciudad de la tris- te desolación en la vida !

Hela a nuestras plantas desde el monte del Olivar, como lo llama San Lucas. Olvidamos un instante las lágrimas de Jesús. Los reflejos del sol, oculto tras Sión, nos infunden un estreme- - cimiento de gloria. Huye el caballo pálido del Apocalipsis, seguido del infierno. Descienden los