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— 108 — el sepulcro de Santiago el Menor ; abajo, el Ce- drón, torrente seco, abre su cauce hosco en un

precipicio pétreo. Después, los cementerios se

multiplican, y las fúnebres pendientes, hospi- talarias, convierten su tristeza en cordial amiga del espiritu.

Del otro lado, las murallas amarillentas, ba- ñadas en luz, mezclan a las brisas polvo de sol viejo. Cerca de Getsemaní los rusos han levan- tado una iglesia. Su arquitectura, de pabellón llamativo de feria, insulta la majestad del valle. Luego, sobre montículos pequeños se dibujan otra vez lápidas con inscripciones hebreas. Su- ben, bajan, y en legión compacta, visten las laderas y el abismo... Venid hasta en una ma- ñana riente, de aires templados : el paisaje cam- bia de tono, pero no de expresión. No exulta ante el firmamento ; sus olivares, a la distan- cia, se modifican. Son ligeros vapores gríseos, cual nubes sin consistencia, casi transparentes, acercándose a formas de árboles. Todos los bos- cajes se antojan nutridos por los cadáveres, que esperan rever la vida con inmortales ojos ; pero algo de su duelo presente sube a las ramas. El sol los inunda, los penetra, los domina; y el valle levanta su gasa luctuosa ofreciendo a la