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SEPULCROS

Salimos de Jerusalén por los grandes batien- tes de hierro de la puerta de David. Altos mu- ros de piedra forman estrechos callejones hasta llegar a una plazuela. Las casas se amontonan allí. Estamos sobre el monte Sión. Un inmue- ble encierra, entre otras cosas, el Cenáculo. Lio ocupa una tribu de mahometanos, que se suce- de de padres a hijos. Estas amables gentes, des- de lo alto del edificio acaban de 'desgarrar, a ba- lazos, la bandera alemana, puesta en un hospi- tal, al pie del monte.

El bajá, sin embargo, los protege, siempre que respeten a las autoridades turcas; y para visitar el sitio, se echa mano de la policía. En los subterráneos de la construcción se encuen- tra, quizá, el verdadero sarcófago de David. El