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Virgilio — 121

idealismo sublime que caracteriza á esos, como á los demás afectos del alma, en las sociedades cristianas. Por esta razon ha dicho con profundo sentido un ilustre poeta moderno que Virgilio es un coloso del mundo antiguo, cuya cima iluminan un poco los primeros fulgores de la estrella de Belen. Virgilio, en efecto, es ya casi un poeta cristiano. Tales son, creo yo, los grandes rasgos característicos de la Eneida, considerada en conjunto.

Pasan por sus tres libros más excelentes, si se me permite este pleonasmo, el I, el IV y el VI. Son realmente los más acabados, pero no hay uno solo entre los demas que no contenga bellezas de primer órden, entre las cuales descuellan, en mi sentir, la pintura de la muerte de Príamo, en el II; la de la ciudad del Rey Evandro, y la descripcion de las armas forjadas por Vulcano para Eneas, en el VIII; el episodio (si tal puede llamarse) de la expedicion y muerte de Niso y Eurialo, en el IX, y la encantadora historia de Camila, en el XI.

A vueltas de grandes alabanzas, tampoco han faltado á la Eneida severas censuras, y algunas merece realmente, como toda obra humana. Ya he dicho que se ha puesto en duda su unidad, primera y esencialísima condicion de toda composicion literaria; cargo que considero injusto. Háse puesto tambien en tela de juicio el carácter mismo del protagonista, motejado por muchos de nimiamente piadoso, débil y lloron; hasta se ha discutido su probidad con relacion á la infeliz y burlada Dido, al mismo tiempo que otros ¡contradiccion palmaria! le acusan de ser demasiado perfecto para hombre. Los que tales cargos dirigen al poeta y á su creacion, no consideran que Eneas, como hijo de una diosa, y personaje, por consiguiente, más mitológico que histórico ó real, no debe ser juzgado por las reglas comunes que rigen á la flaca humanidad, y que al consumar el gran sacrificio de abandonar á su demasiado tierna amante, no hacía más que obedecer el mandato directo de Júpiter, absolutamente obligatorio para él, en las creencias paganas, por cuanto en ellas, como en todas las religiones, inclusa la nuestra, verdadera, las leyes divinas van siempre por delante y por encima de las humanas.

Hánse notado tambien en el poema algunos descuidos. Guerreros muertos lastimosamente en un libro reaparecen llenos de vida y sembrando estragos pocos libros después. Cierto que queda el recurso de suponer piadosamente que son otros del mismo nom-