No sucedía lo mismo con la escuadra española, que dominaba el mar. Mientras no fuera destruída era imposible llevar á cabo la última parte del plan militar de San Martín: la expedición del Perú.
Puestos de acuerdo los gobiernos de Chile y Provincias Unidas, hicieron comunes esfuerzos para realizar ese designio, ora imponiendo contribuciones, ó ya levantando empréstitos. Por fin se reunieron algunos barcos, se engancharon marinos de todas nacionalidades, convirtiendo en marinos á los pescadores de las costas.
Para mandar esta flotilla se eligió á un hijo de Buenos Aires, antiguo oficial de la marina española, llamado Manuel Blanco Encalada.
El primer acto de la escuadra chilena fué apresar la fragata María Isabel y cinco transportes que venían con tropas de la Península.
San Martín, entre tanto, reorganizaba el ejército, y dispuesto como estaba á no intervenir en la guerra civil del litoral argentino, procuró por intermedio del gobierno chileno restablecer la buena armonía tan hondamente perturbada en su país. Nada consiguió; pero desde entonces debió